documentos de pensamiento radical

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jueves, 17 de septiembre de 2015

AUTOCONSTRUCCIÓN (IX)






Urge pensar en formular otro tipo de Gobierno, que no sea precisamente del demos: gremial y etnocéntrico, ni tampoco se sostenga en el krátos: el poder, sino en la comprensión, la compasión y el conocimiento.”

                                                           Chantal Maillard, “Indignación”, Babelia, 15 de octubre de 2011

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Necesitamos menos horas de trabajo, menos cosas, menos competencia destructiva, menos estrés, menos desigualdad; y también más cooperación, más seguridad existencial, más democracia, más tiempo para la familia y los amigos, más tiempo libre, más fiesta... Precisamos que la calidad (de la vida, de los vínculos sociales, de los ecosistemas) prevalezca sobre la cantidad: una concepción del progreso “posdesarrollista”, que se identificaría con la vida buena dentro de los límites de los ecosistemas.


La seguridad no es un asunto de la derecha

El colombiano Carlos Granés, que a finales de 2011 ganó el Premio Isabel Polanco de ensayo con su libro El puño invisible, declaraba en una entrevista: “Los indignados tienen todas las credenciales y las virtudes cívicas para ser burgueses ejemplares. Piden casa, trabajo, seguridad, estabilidad… Todo lo que siempre espantó a los revolucionarios. El 68 se esforzaba por no ser burgués. Hoy lo difícil es serlo”.[1]

Impresiona esta alucinante redefinición tardocapitalista del concepto “burguesía”: no sería la clase propietaria de los medios de producción, sino ¡las capas sociales que buscan algo de seguridad existencial! Que es una aspiración humana universal, como cualquier antropólogo podría confirmar a don Carlos Granés…

La seguridad, en efecto, es un valor básico para los seres humanos.[2] Y por buenas razones: se ancla en nuestra vulnerabilidad, y en la conciencia de la misma. Somos animales expuestos a las diversas contingencias, vulnerables, dependientes… y más o menos racionales (no me canso de recomendar ese gran libro de Alasdair MacIntyre: Animales racionales y dependientes).[3]

La seguridad no es un tema ni una idea de la derecha. Si falta seguridad y autoconfianza, es imposible el ejercicio de la libertad: sobre ello ha insistido con acierto Zygmunt Bauman. [4] Sin seguridad no cabe pensar en la democratización efectiva de nuestra vida política, económica, cultural. En lo que sí se diferencian izquierdas y derechas es en el contenido específico que insuflan al concepto: nosotros queremos seguridad compartida basada en la justicia, frente a dominio militar; seguridad en el empleo, frente a más perros guardianes y policía privada; seguridad frente al riesgo químico, frente a los desastres medioambientales, frente a las aventuras tecnocientíficas que hacen padecer a todos riesgos inasumibles, frente a la arbitrariedad del poder... De otra forma: su seguridad tiene más que ver con los ministerios de Interior y Defensa, y con las empresas privadas de vigilancia; nuestra seguridad tiene más que ver con los ministerios de Medio Ambiente y Trabajo, y con las organizaciones populares. En los tiempos que vienen, necesitamos construir un discurso de izquierdas sobre seguridad que sea inteligente, sólido y creíble.

EL VALOR HUMANO DE LA SEGURIDAD VITAL

“No se puede tener una vida satisfactoria sin un nivel básico de seguridad. Una gran parte de los afanes de las personas consiste en disponer de medios de vida estables que hagan posible una existencia previsible, sin lo cual la vida se consume en la búsqueda de la mera supervivencia día a día y minuto a minuto. Muchos de los esfuerzos que se hacen –tener una propiedad, un empleo, unos derechos adquiridos, etc.— se justifican en términos de seguridad vital. Si se acepta el carácter instrumental de la riqueza material, es decir, que su principal valor consiste en ser un medio para desarrollar la riqueza propiamente humana (que tiene que ver más con el ser, el hacer, el compartir, el crear o el gozar que con el tener), se puede concluir que la disponibilidad de bienes y servicios suficientes para desarrollar la propia vida nos libera de la inseguridad vital y nos permite dedicarnos a lo que tiene un valor humano real en lugar de perdernos en el esfuerzo instrumental interminable por sobrevivir. Una vida no puede ser plenamente humana si dedica todas sus energías, sin descanso, a obtener alimento y cobijo, a lograr el mínimo vital: una vida plenamente humana presupone seguridad vital.
Uno de los éxitos de Occidente en el último medio siglo ha sido lograr que las personas dispongan, no sólo de una elevada capacidad adquisitiva, sino también de un marco de protección y seguridad muy estable. Las prestaciones básicas de sanidad, educación y protección social –lo que llamamos Estado del bienestar— proporcionan a la población seguridad o confort vital. En el Estado del bienestar –una isla de socialismo en un mar capitalista— las prestaciones se financian con las aportaciones fiscales de todos los contribuyentes y se reparten –gratuitamente o casi— en función de la necesidad de cada persona.[5] Se trata de un poderoso instrumento de igualdad social, un mecanismo colectivista y desmercantilizado para proporcionar seguridad vital. Serge Latouche (1998) informa de que en algunos pueblos africanos “pobreza” se asocia no tanto con escasez sino más bien con inexistencia de redes familiares o vecinales que protejan a la persona. Es pobre, según este punto de vista, básicamente quien vive solo, sin pertenencia social ni vínculos comunitarios que le faciliten la satisfacción de sus necesidades.
La base colectivista del Estado del bienestar hace posible lograr seguridad sin necesidad de acopio de bienes y propiedades. La seguridad individual depende del correcto funcionamiento de las instituciones sociales. Su fundamento no es la propiedad privada sino los derechos (que suponen la correspondiente responsabilidad personal hacia la sociedad: pagar los impuestos y aportar otras contribuciones para que la maquinaria colectiva funcione eficazmente). El colectivismo del Estado del bienestar permite obtener una eficiencia en el servicio, como revelan todos los estudios que comparan la provisión pública y privada de estos tipos de servicios. Esto significa una buena asignación de recursos, de especial significación cuando se contempla un futuro de escasez. El ataque austeritario contra el Estado del bienestar resulta así doblemente nocivo. Las poblaciones deberían apostar por una organización satisfactoria del Estado del bienestar que permita el confort vital más que por maximizar el ‘salario en mano’ de cada individuo o familia. La tendencia neoliberal es justamente la contraria: reducir impuestos para que los consumidores tengan más para gastar individualmente, aun a costa de fragilizar los servicios públicos gestionados públicamente, y así socavar la oferta de seguridad para las personas (y volverlas más ansiosas para buscar seguridad en la posesión de bienes o dinero y en el consumo). Se puede conjeturar, en suma, que una seguridad vital garantizada por estructuras colectivas reducirá las pasiones competitivas por los bienes materiales.”

Joaquim Sempere, “Falsas percepciones, inercias, incertidumbres y otros obstáculos cognitivos y psicosociales para una transición suave”. Ponencia presentada al Simposio internacional sobre las transiciones a sociedades poscarbono “¿Mejor con menos? Decrecimiento, austeridad y bienestar”. Universitat de València, Campus dels Tarongers, 6, 7 y 8 de octubre de 2014.

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Se ha ido imponiendo lo que podríamos llamar el “modelo low-cost: me refiero a la combinación de empleo precario, bajos salarios, bajos precios, desprotección social, inseguridad existencial y externalización masiva de costes ecológicos. Se trata de un aspecto central del mundo que ha ido construyendo la globalización neoliberal. Y sólo resulta viable –claro está-- mientras se siga nadando en un mar de petróleo barato... situación que ya queda detrás de nosotros.[1]

Ahora bien: lo importante es el acceso a los bienes básicos para llevar una vida decente, tenga uno empleo o no.



[1] Recordemos: el cénit del petróleo (peak oil) ya comenzó en 2005, cuando se alcanzó el techo de extracción del crudo convencional de mejor calidad (según ha reconocido después incluso un organismo tan entregado al productivismo como la Agencia Internacional de la Energía).



[1] “El 15-M es paradójico: reclama el derecho a ser burgués”, El País, 16 de diciembre de 2011.
[2] Véase al respecto Len Doyal e Ian Gough, Teoría de las necesidades humanas, Icaria, Barcelona 1994, p. 264 y ss.; así como Manfred Max Neef, Desarrollo a escala humana, Icaria, Barcelona 1994, p. 57 y ss.
[3] Alasdair MacIntyre: Animales racionales y dependientes, Paidos, Barcelona 2001.
[4] Zygmunt Bauman, En busca de la política (especialmente capítulo 1: “En busca de espacio público”), FCE, México 2002.
[5] En cambio, necesidades tan básicas como la alimentación y la vivienda dependen del mercado, lo cual las hace depender del acceso a un empleo remunerado o a un subsidio, que no está garantizado en una economía capitalista.



Jorge Riechmann. Autoconstrucción: la transformación cultural que necesitamos. Libros de la catarata. 2015

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