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viernes, 27 de noviembre de 2015

EL SIGLO DE LA GRAN PRUEBA (IV)



Del niño puedes aprender tres cosas: está alegre sin causa. Nunca se está quieto. Cuando quiere algo lo pide con todas sus fuerzas. El ladrón también enseña cosas útiles:
·       Trabaja de noche.
·       Si no termina la primera noche, continúa la noche siguiente.
·       Él y todos sus cómplices se aman los unos a los otros.
·       Arriesga su vida por poca cosa.
·       Lo que roba tiene poco valor para él; lo cambia por calderilla.
·       Aguanta golpes y sinsabores; le importan poco.
·       Le gusta su oficio y no lo cambiaría por ningún otro.”[1]

A los dos maestros de Auden yo añadiría un tercero, el perrito, para completar la trilogía didáctica. Del can se pueden aprender las ocho reglas de la acción:
·       Inaugura el mundo cada mañana.
·       Para él se recrea cada día el mágico tapiz de olores, siempre el mismo y siempre diferente.
·       Disfruta con los placeres más sencillos.
·     Está de verdad en lo que está, viviendo absorto el “ahí”, sin distracciones.
·       Se relaciona con afectividad intensa.
·       Se fía de sus sentidos y pone la calidad por encima de la cantidad.
·       Distingue lo bueno y lo malo a base de fino olfato.
·       Siendo tan diferentes como somos, nos considera perros y nos trata sin discriminación ninguna.



[1] Citado en Fernando Zóbel, Cuaderno de apuntes, Galería Juana Mordó, Madrid 1974, p. 31.


Jorge Riechmann. El siglo de la gran prueba. Ed. Baile del Sol. 2015

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