documentos de pensamiento radical

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jueves, 7 de enero de 2016

Con mucho amor, y ganas de llorar


        
         Siempre que viajo, llevo en mi gusto una botella de whisky, “para el camino”. Esta vez era uno de tantos “siempre que viajo” y compré en una tienda del aeropuerto de México una buena botella a la que apenas le alcancé a beber la mitad. En Madrid debía tomar otro avión para Bolonia. Eran las ocho de la mañana de un día de mi vida.
         Con mucho amor, le di los últimos tragos de despedida a mi compañera de viaje, porque me dolía en el cuerpo tirarla. Un acto así me haría llorar. Puedo perder una hermosa amantísima a la que he vaciado y no pasa nada, pero deshacerme de una botella todavía con algo adentro, me saca las lágrimas.
         Le di un beso adiosero a mi compañera de viaje y miré a mi alrededor.  Una mujer limpiaba arrastrando una escoba y un bote de basura. Tierra a la vista para mi botella al agua. Me acerqué tímidamente mexicanito, y le dije que la botella era auténtica y buena. “Ya no hay nada auténtico y bueno”, me dijo. “Se la regalo”, le dije. “Hace mucho que no acepto nada de un hombre”. “Soy padre de familia”, le dije, sin saber ni entonces ni ahora por qué o para qué.
         —Es buen whisky, del que emborracha bien, téngalo.
         Que no podía coger nada de nadie en horas de trabajo.
         —Para que se lo beba su marido.
         Me dijo que lo pusiera en el bote y que ella lo cogería más tarde, porque en ese trabajo no podía recibir dádivas. “Métala ahí, y yo la saco después”.
         Asunto concluido, para mí, y me fui arrastrando mi maleta.
         —¡Ey! —Me llamó—. No tengo marido: nos peleamos por una botella, y me dejó. Y eso que se la cedí, pero él pensó que era lástima mi mucho amor.
         Siempre que bebe, se acuerda de él. Y se pone a llorar.
         —Yo no tengo de quién acordarme, por más que bebo —le dije.
         Me miró con mucho pasado desde el fondo de sus ojos, y me dijo con un dolor mío que hacía suyo:
         —Pobre viajero que no tiene a dónde regresar.
         Me dio vergüenza en la parte infantil que aún me queda, y eché a irme con pasos cobardes.

         —¡Ey! —Me atajó de nuevo en voz alta; y luego, suave, bajito, y con cariño, bajando la cabeza como una gata a la que uno le acaba de acariciar la frente, me dijo— Buen hombre: gracias, por darme de llorar


Dante Medina. En: Un minuto de ternura. Selección y edición de Uberto Stabile. Ed. Baile del Sol. 2015

1 comentario:

  1. Impresionante como tan pocas palabras; pueden causar un estremecimiento total de emociones, una empatía con los dos personajes expuestos, y una analogía variante en cada una de las acciones ejercidas.
    Fácil de leer, fácil de describir ¡maravilloso!

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