documentos de pensamiento radical

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domingo, 10 de enero de 2016

ERA UNA MAÑANA




         Era una mañana soleada de noviembre del 68, yo tenía en aquel momento once años de edad y me encontraba en los aledaños del mercado de abastos, ejerciendo de lazarillo.

         Además de los diferentes puestos de carnes, huevos, verduras, especies, pastelería, legumbres, pescado y cereales entre otros, que había dentro del mercado. En el exterior del mismo, se situaban los hortelanos, ceramistas, artesanos… todos ellos con productos de elaboración propia.
No faltaban los tenderetes con ropas y calzados, otros, con molinillos de vientos y juguetes, vendedores de caramelos, pipas, azufaifas, altramuces, chufas y garbanzos tostados, había puestos con animales vivos, gallinas, patos, pavos.

         Hombres vendiendo espárragos, tagarninas, pencas de cardos, te y manzanilla, tomillo, berros. Otros con caza menor, liebres conejos perdices, mujeres con pequeños baños de cinc repletos de carpas, bogas y ranas desolladas y ensartadas por docenas en juncos, cubiertas de un agua transparente.

         Había un hombre vendiendo pájaros enjaulados, jilgueros en concreto.

         Era ya la hora de recoger los puestos y el bullicio se hacía insoportable, todos brindaban sus productos con suntuosas bajadas de precios para los últimos artículos, entre esas ofertas estaba la del vendedor de jilgueros, quien ofrecía por un módico precio el último ejemplar que le quedaba en la jaula.

         Un hombre joven se le acercó y solicitó del vendedor el precio del pájaro que quedaba enjaulado, aceptando el importe, rebuscó en su portamonedas y una vez hecho efectivo el acuerdo, pidió al vendedor que le entregase el jilguero, este, le advirtió al comprador que si se lo llevaba en la mano y apretaba demasiado podría asfixiarlo, o se le podía escapar si aflojaba en exceso, el hombre joven tranquilizó al vendedor, tomó al pájaro, lo miró y acto seguido abriendo la mano lo lanzó hacia el cielo; la cara del vendedor era un poema, el hombre joven sonrió y siguió su camino.
Yo nunca he olvidado el asombroso gesto de aquel vendedor de alas enjauladas ni la cara de felicidad de quien dio libertad a esas alas presas.


         Eladio Méndez. En Un minuto de ternura. Selección y edición de Uberto Stabile. Ed. Baile del Sol. 2015


1 comentario:

  1. La libertad también necesita ser entrenada. El jilguero probablemente moriría de hambre en poco tiempo. La libertad es un músculo que hay que ejercitar.

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