documentos de pensamiento radical

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lunes, 23 de mayo de 2016

DENTRO DE UN ORDEN

Ángela dice que las motos, los coches y los camiones
tienen chimeneas, chimeneas pestosas...

Estos días de verano las chimeneas pestosas
se alargan y arraciman junto al mar.
Si les fuera posible, algunos se bañaban con el coche puesto.

La gente dice que va a la playa
pero la playa desapareció hace años,
van a un estercolero en el que, al final,
hay agua y música como de olas.

Hoy, además, la playa huele a gasoil, un fuerte olor
que no parece preocupar a la abarrotada gente de la orilla.

Las niñas se bañan y yo miro a mi alrededor
un campo sembrado de papeles de aluminio,
botellas de cristal, tampones, pañales, colillas, latas
y restos de comida en descomposición
que ignoran la proximidad de los contenedores de basura.

Me acuerdo de Quiñones, un poeta que no he leído,
que, probablemente, nadie vaya a leer nunca
pero al que no le hubiera hecho falta escribir ni una sola línea
para ser recordado no como escritor
sino como el abuelo
que todos los días salía a limpiar las playas de Cádiz.

Hace un siglo Juan Ramón hablaba de la limpidez de estos sitios,
casi nadie ha leído a J.R.
pero todos lo conocen por Platero...

Es como si, al final, fueron los actos de amor
más simples y desinteresados
los que acaban dando la talla exacta de la obra de un hombre.
Así que me pongo a recoger basura
sonriendo aquella sentencia comunista que, solemne, proclamaba:
A cada quien según sus necesidades,
de cada cual según sus posibilidades,
y pienso que, en efecto, al menos en contaminar, la sentencia
se ha cumplido,
y el proletariado contamina con lo que puede, sabe y le dejan,
y el capital con lo que quiere.
                                                                            
Vuelvo del contenedor a mis asuntos
mientras un niño tira un envoltorio de chicle,
una chica apaga en la arena su colilla,
una señora entierra peladuras y restos de fruta,
un tipo arroja tras de sí un botellín de cerveza,
unas motos arrasan las dunas,
los 4x4 destrozan un poco más el paisaje
y, a lo lejos, un superpetrolero monocasco de treinta años
termina de limpiar sus bodegas
y en la orilla, las niñas
me dicen que han salido del agua porque el agua les pica
y me preguntan que qué son esas bolitas olorosas, pegajosas,
tóxicas, cancerígenas
con las que están jugando la gente, en la orilla.


Antonio Orihuela. Palos. Ed. La linterna sorda, 2016


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