documentos de pensamiento radical

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jueves, 3 de agosto de 2017

4 poemas de LA NOCHE ARDIDA de CONRADO SANTAMARÍA



EL BANQUETE

Hoy comemos nosotros donde comieron reyes.
Mira cómo hiere la luz
sobre el mantel de hilo,
tejido en el oriente por tiernísimas
manos capturadas en sombra, cómo
dobla en cristal ajenas notas
y en la plata refleja,
con nitidez ingenua,
vuestras risas pobladas
de prestigios untuosos y carnívoros
dientes, cómo así su dominio
de fugaz apariencia
la porcelana ejerce
entre la dócil mística y sus ritos.
No hay miedo al tiempo
cuando el respaldo es firme
y la pared defensa.
No hay miedo al tiempo y, sin embargo, tiembla
imperceptiblemente,
por debajo del gozo,
tu conciencia tan limpia,
al paso de sirvientes
que en silencio os regalan
con lucrativos vinos
y platos donde brillan
los pavorosos logros de la razón lasciva:
langosta entera con texturas
de niebla y besamanos,
corderillo de leche con su riñón doblado,
cristalino de mango
con sorbete de oporto a la vergüenza.
Naturalezas muertas
de este tiempo borroso
en que verdugo y víctima se valen
de la misma paleta con que limpiar espinas.
Como usurpados
sientes los cuerpos que se rozan,
amputados los gestos,
vuestras palabras truncas.
¿Por qué tu voz se niega
a la hora del brindis, cuando el dolor se ciñe
al espinazo
y sabes que el indulto ya no basta?
Tú no vaciles. Mira,
son apenas efigies al fondo de una cueva.
No negocies ahora que la verdad te cerca
surgiendo desde el fondo,
de la región en sombras
donde el amor
es asco.
Yérguete, vamos,
sacude las palmadas ahítas de tus hombros,
y, con la copa en alto,
vence esa luz y grita serio:
“Amigos, por nosotros,
hoy comemos nosotros los despojos del mundo.”


QUEBRANTO DE MONEDA

Apenas calderilla, cuatro perras,
la sangre desaguada
en las huchas del tiempo con ranuras
de esparto bien trenzado
por ociosos prohombres en tardes de convite,
de palabras difusas y ordenadas
con su sal y pimienta
bajo los altos techos donde huelga
el rosario insaciable de dioses usureros,
entre grietas y espectros de alondras que volaron.
Apenas si chatarra
que gotea y salpica
de rojo los bolsillos,
tan zurcidos de puntadas de viento,  tan rasgados
de los muerdos del hambre,
que las manos trasudan coloradas
y resuenan a cobre cuanto tocan:
la espalda de un amigo, los pechos de una amante,
las palabras de un hijo, el musgo de una tumba.
Es de níquel la sangre con latón
de quebranto,
nuestra sangre tan simple,
que coagula, no obstante, los caminos y términos
con cuajarones netos
y fija lo ganado a pesar del abuso,
a pesar de los cuños que troquelan el aire,
el agua en que te bañas,
este vino  rojo con que ahora me convidas.



ME OFRECES SIEMPRE DUDAS

Para Amalia, con toda certeza

Quizás no quede nadie más allá de la noche,
quizás las vestiduras se rasgan en silencio,
quizás las amapolas han sido siempre sangre.

Me ofreces siempre dudas como quien da un abrazo,
un abrazo tendido en el andén desierto,
el tren en la distancia, la maleta olvidada.

Me ofreces siempre dudas como si fuera un ramo
de flores luminosas en la niebla del puerto,
el barco en la distancia, la sirena sonando.

Me ofreces siempre dudas,
y yo te lo agradezco
y me quedo contigo a construir la casa
e hincar nuestra bandera cuando cubramos aguas,
para que el viento tenga colores donde asirse.

Me ofreces siempre dudas como quien da sustento,
como quien da horizonte al viajero esperado.



A CIELO DESCUBIERTO

No te vuelvas, amigo, continúa
tu derrota, no escuches mis palabras
tendidas como heridas
a cielo descubierto. Abiertamente,
no me importa la lluvia, los detalles
desdeñables del cielo,
como el frío o la niebla, que se van
como vienen, no me importa tampoco
la soberbia del viento
hinchándose insufrible de soledad y hastío
en plena primavera
de escaparates rotos,
no me importa el estruendo
del tráfico y sus humos,
tan desfiguradores
con su máscara turbia y sus ajadas
cenefas, excrecencia
de un día, no me importan
los ojos de la gente, siempre esquivos,
su paso apresurado por si acaso
en una esquina, de repente, los llama
una palabra
y no encuentran respuesta o calderilla
que respalde su fe o su desespero,
no me importa el olor
de la miseria, a veces bien calzada,
bien peinada y vestida, tan honesta
y versátil que no se reconoce
a simple vista, con su pan
bajo el brazo y el hijo de la mano
y el reloj tan valioso del tendero,
no me importa el amor
que se compra y se vende,
como un par de zapatos en rebajas
o una lata de anchoas o una silla
de ruedas que acarree
el cansancio de un día y otro día
hasta volverse féretro.
Amigo,
no te vuelvas, tú sigue
tu derrota tranquilo calle abajo,
no escuches mis palabras, tú a lo tuyo,
que mi lucha,
aunque nadie me suelte una moneda,
aunque sea invisible ahora en este margen,
mi lucha, ya te advierto,
no está nada perdida y debe continuar.



 Conrado Santamaría. La noche ardida. Ed. Ruleta Rusa. 2ª Ed. Madrid, 2017



3 comentarios:

  1. Gracias, Antonio, por compartir estos poemas. Unos días maravillosos por Moguer. Un abrazo y seguimos

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  2. Gracias a vosotros que me haceis, y hacéis posible Moguer.

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  3. Así, así, "extremos" y "mogueres": dos buenos placeres, jeje. Perdón por el ripio y abrazos!!

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