documentos de pensamiento radical

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martes, 15 de agosto de 2017

HERMANOS



Hace casi veinticinco años fui a Punta del Moral, con mi mehari verde y el bóxer Rokydor con sus orejas al viento, para cerrar la edición de mi primer libro de poemas en la editorial Crecida que, aquella tarde,tenía por sede el salón de la casa de Antonio Miravent, una casa hermosa y fresca que estaba en un calle de arena de playa, y que a mí me pareció el mágico lugar ideal para que mi libro se hiciera realidad. Me esperaban también Mada Alderete y Diego Mesa. Nos hicimos una foto de recuerdo, aún la conservo. Éramos tan jóvenes, hay tanta ilusión en esos rostros de hace veinticinco años... pero falta en la foto Eladio Orta, en aquella época era aún más cangrejo violinista que ahora, gozaba del respeto y admiración de sus iguales y eso le proporcionaba ciertos privilegios, entre ellos, el de desembarazarse del engorroso trámite y papeleo que suponía la edición de un libro de poemas. Él ya había leído el manuscrito, le había gustado, o como dirá dos años después en su libro Encuentro en H, había olfateado al perro de Antonio Orihuela, había dado su visto bueno, y ahí terminaba su tarea, porque Eladio siempre fue poco amigo de las recepciones del embajador, del muac muac y de todo lo que de protocolario y artificial hay en las relaciones humanas.
Así que, Eladio, aquella tarde luminosa de finales de verano, siguió con su siesta en la casa de las retamas un par de años más, sin que yo lo llegara a conocer; continuó haciéndole versos a su azadón, a su bicicleta libertaria y psicodélica, conjurando a las entidades perturbadoras que ya se avizoraban en el horizonte especulativo de la costa de Canela, y en fin, que siguió a la suyo, rompiendo versos, escribiendo mal, a conciencia, porque bien ya lo hacían otros y no había pasado nada, mucho menos en la poesía que se promocionaba a principios de los noventa, concebida ella misma para que no pasara nada, y comenzando también a buscar  respuestas, salidas, adhesiones, resistencias con que frenar la destrucción urbanística de lo que había sido, hasta entonces, su paraíso.
El recuerdo más antiguo que tengo de Eladio es en una especie de albergue para ejercicios espirituales y contactos poltergeits en Fuenteheridos, en un encuentro provincial de escritores que Uberto le había arrancado a la diputación de Huelva. Más bien es un recuerdo suyo que mío, pero sí, tal vez fuera yo quien ante la bronca salvaje de los que entendían que aquella noche había que quemar el recinto, les dije, cuando estaban a punto de derribar la puerta de la habitación de Eladio, aquello de “dejen dormir al chavalito…”, aunque el chavalito de santo no tenía nada, y a esas horas, el crucifijo de la habitación ya dormía en el contenedor verde que había a las afueras de aquella residencia sacada de Cuarto Milenio.
¿Pero quién era, a aquellas alturas de 1994, Eladio Orta? En primer lugar, un poeta que lejos de levantar admiraciones tenía acojonados a todos los intelectuales orgánicos de la provincia con su verso suelto, soez y libertario… También un luchador empeñado en vivir de pie, un ecologista de bicicleta, burro y cabra, más cerca de la patera del tío Enrique Rutina que de los viajes a la luna, un tipo extraño al que le había tocado la lotería y, lejos de ir a cobrar, se había interpuesto entre el desarrollismo especulativo y sus excavadoras al punto de joderles la operación de encementado total de Isla Canela y terminar en un calabozo de Lepe con el delegado del gobierno al otro lado del aparato telefónico, policial y ladrillero.
Fueron aquellos los años más duros, los que forjaron el mito del poeta resistente, empecinado y procesado, como diría Uberto Stabile, disidente, tierno, corrosivo, incorrecto y fraterno. No era para menos, Eladio quería preservar el mundo mágico que lo había engendrado del imaginario capitalista de los clubs náuticos, los campos de golf y los apartamentos en primera línea de playa que están degollando nuestras costas en nombre de la producción positiva.
Unidos por la poesía, por los afectos, por la solidaridad entretejida de verdadera hermandad, por las esporádicas visitas de Eladio a Extremadura, a las voces extremadas de aquí y de allá, se nos han pasado veinticinco años como si nos hubiéramos acabado de levantar de la siesta. La crisis económica le dio un respiro a la isla y una bombona de oxigeno a Eladio. En esas anda, aunque sabe que tiene que dormir con un ojo abierto, porque con los lobizomes olisqueadores de humedales, dunas y billetitos nunca se sabe.
Eladio va a cumplir sesenta años… me da escalofríos pensarlo, esto ha ido demasiado deprisa, hermano, aunque tal vez era el precio que había que pagar para ir dejando por el camino a Lenin en calzoncillos y a Mao en barrilete, para huir de los santones de las letras y de políticos de escaparate, y para comprobar cómo, a pesar de nuestras luchas, las palabra paz, la palabra austeridad, la palabra decrecimiento, siguen sabiendo a pastilla de jabón, y hoy tenemos una sociedad de consumidores ávidos y despolitizados que defienden su derecho al papel higiénico de diamantes, a la gasolina abundante y barata, al chuletón de Ávila, a los árboles degollados por navidad y a que mantengan lejos a la chusma que nos amenaza con pedir un trozo del pastel desde el otro lado del Estrecho.
Ahora solo faltaría, para rematar el desastre, que aquel poema, tan lúcido como cachondo que le escribió Daniel Macías se hiciera realidad, y los políticos de izquierda lo buscaran para hacerse fotos con él y le ofrecieran sus suelos de mármol cateto para presentar sus libros o,  que un día lejano, los promotores inmobiliarios conviertan su rancho retamero en un centro de interpretación antropológica de antiguos estilos de vida costeros y Eladio Orta sea entonces un libro de tapa dura, un centro de salud, una barriada y una estatua en la que se caguen los pájaros. Pero como el horizonte apocalíptico queda lejos, querido Eladio, sigamos rebuznando, porque un día despertaremos de este sueño en otro sueño, y de lo que iba este era de estar juntos, tomar conciencia de que todos respiramos por una misma nariz, de que todo lo que le hagamos a la tierra nos lo hacemos a nosotros mismos y que, por todo eso, sin doblar las rodillas ante el capitalismo, qué suerte hemos tenido los que hemos compartido viaje contigo, pues tu vida sigue siendo la vida que muchos, si hubiéramos sido un poco menos cobardes, hubiéramos querido, y que al vivirla tú, nos ha parecido también a nosotros que la vivíamos contigo, así que no cejes en seguir zarandeándonos para ese despertar, hecho de vida sencilla y suficiente, la misma que canta el mirlo en el retamar.






Antonio Orihuela. En: El poeta que detestaba los cumpleaños. Ed. Wanceulen, 2017
Fotografía de Juan Sánchez Amorós.

9 comentarios:

  1. ... Si hubiéramos sido un poco menos cobardes...
    Hecho de vida sencilla y suficiente
    como el mirlo que canta en el retamar.

    ¡Bordado!

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  2. Gracias Rafa, hermoso también tu texto!!!

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  3. Estupendo Antonio, sigamos rebuznando y respirando por la misma nariz. Esa narizota nuestra que crece hacia adentro, hacia el corazón. Eladio estará contento, seguro. Salud y risas!!

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    1. Gracias Luis, todos a la república anarcopoética animalista de Rute!! A aprender del hermano asno y el hermano mirlo!! Abrazos!!

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  4. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  5. Maravilloso. Felicidades a Eladio. Yo me felicito por conoceros. Abrazos.

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    1. Felicidad mutua querida Ana muchas gracias por el día de Cudillero

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  6. Punta del Moral es ahora un horroroso horror.

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  7. Así es Fernando pero al horroroso horror se le puede combatir o se le puede ayudar comprando ladrillos

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